Revista de Filosofía (La Plata), vol. 52, núm. 1, e044, junio-noviembre 2022. ISSN 2953-3392
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Investigaciones en Filosofía IdIHCS (UNLP - CONICET), Departamento de Filosofía y Doctorado en Filosofía

Reseñas

Bilharinho Naves, Márcio. Marx: Ciencia y Revolución, Santiago de Chile, Doble ciencia, 2020. Prólogo y edición de Pedro Karczmarczyk, traducción de Claudio Costales, Blas Estévez y Pedro Karczmarczyk, 194 páginas

Lautaro Marcotti

Universidad Nacional de La Plata, Argentina
Cita sugerida: Marcotti, L. (2022). [Revisión del libro Marx: Ciencia y Revolución por M. Bilharinho Naves]. Revista de Filosofía (La Plata), 52(1), e044. https://doi.org/10.24215/29533392e044

El filósofo brasileño Márcio Naves, profesor retirado del Instituto de Filosofía y Ciencias Humanas de la Universidad de Campinas, quien es un reconocido especialista en el pensamiento del jurista marxista Pasukanis y en la filosofía del derecho marxista en general, nos trae un libro que puede utilizarse como introducción al pensamiento de Karl Marx. Sin embargo, esto no es todo, ya que también deja asentadas ciertas tesis sobre la ruptura epistemológica de Marx con sus concepciones de juventud. Especialmente, sobre la cuestión de la democracia y la transición al comunismo, que son de suma importancia para el pensamiento marxista latinoamericano. La propuesta del autor, entonces, tiene la virtud de lograr el acercamiento a dos tipos de público: el que busca introducirse en el pensamiento marxiano y el que, ya habiendo avanzado en estudios sobre Marx, busca algún tipo de interpretación nueva sobre sus textos. En el prólogo a la obra, Pedro Karczmarczyk nos advierte desde el principio que la cuestión del comunismo pone todo el texto en función de pensar su relación con el marxismo y la viabilidad de seguir pensando en sus términos. La hendidura que Marx introdujo en el pensamiento filosófico, mediante el concepto de lucha de clases, será clave para dar cuenta de una inflexión en el pensamiento marxiano en pos de dejar atrás los últimos residuos del idealismo alemán que aparecen en su sistema. Dicha hendidura le permite a Naves estructurar el pensamiento de Marx en dos etapas cuya bisagra sería el texto de La ideología alemana, donde el pensador alemán comienza a desarrollar una concepción materialista del cambio social.

Los primeros capítulos del libro nos dan cita con un Marx todavía no marxista, profesando algo así como un “hegelianismo liberal” que ve el Estado como un espacio neutral donde se dan cita todos los intereses de la sociedad. Sin embargo, poco a poco Marx va a ir acercándose a sus tesis de madurez a partir de la adopción del concepto de alienación y la superación de “las armas de la crítica”, en el entendimiento de que “es necesaria una fuerza material para confrontar y superar a otra fuerza material” (Naves, 2020, p. 60), otorgando al proletariado el protagonismo de una futura emancipación.

A partir del capítulo 3, “La constitución del materialismo histórico”, y en relación con lo dicho sobre La ideología alemana, según Naves el panorama cambia y Marx encuentra las primeras formulaciones de lo que será el materialismo histórico. Vemos cómo el elemento de análisis decisivo es el modo en el que el ser humano produce su vida material. Los fenómenos políticos y sociales pasan a entenderse a partir del modo de producción de la vida material. Ahora bien, el modo de producción está sujeto a la historia y por eso tenemos diferentes modos marcados por las diferentes formas de intercambio entre los individuos, que a su vez dependen del grado de desarrollo de las fuerzas productivas. Pero, como punto de inflexión en el pensamiento de Marx, La ideología alemana, según Naves, si bien trae una nueva concepción, aún conserva algo del pasado liberal e idealista de su autor, dejando a la vista tres “puntos de bloqueo”. Por un lado, la unidad de análisis sigue siendo el individuo y no las clases. Por otro lado, el primado de las fuerzas productivas sobre las formas del intercambio significa que el desarrollo histórico encuentra su motor en la innovación tecnológica y no en la lucha entre las clases. Y, por último, la determinación de la base económica sobre la superestructura jurídica y política es concebida como una determinación directa. El comunismo, por otro lado, es visto por Marx como la sustitución de la propiedad privada por la propiedad colectiva de los medios de producción, lo que implica solamente un cambio de titularidad de estos y no todavía una apropiación real del proceso productivo.

En el capítulo 4, “Historia y revolución”, se aborda el Manifiesto Comunista, poniendo de relieve la introducción de la lucha de clases como el motor de la historia y la centralidad del proletariado como agente revolucionario, siendo que su emancipación es la liberación de “la inmensa mayoría en provecho de la inmensa mayoría”.

El capítulo 5, “La crítica de la sociedad burguesa”, es quizás el más rico en reflexiones y nos acerca al grueso del argumento de El Capital. Lo más destacado se da el nivel de lo que Marx llama la subsunción formal y la subsunción real del trabajo al capital. La primera tiene su lugar en el primer momento de establecimiento de la relación entre el capitalista y el trabajador, en el que todavía no se modifican las fuerzas productivas, que siguen siendo las mismas que en la época feudal. La segunda corresponde al momento en el que el capitalista se adueña del proceso del trabajo y reduce al trabajador a mera energía gastada en un determinado tiempo para crear nuevas fuerzas productivas. Naves puede afirmar así que “las relaciones de producción capitalistas solo se constituyen plenamente en la fase de la subsunción real del trabajo al capital” (Naves, 2020, p. 137). Así, en un período de transición del capitalismo al comunismo no bastaría con cambiar la titularidad de la propiedad de los capitalistas al Estado, sino que se necesitaría también un cambio en la organización del trabajo. Este cambio tendría que hacerse principalmente sobre la división del trabajo manual e intelectual y sobre la dirección del proceso del trabajo. Siendo así, la apropiación de los medios de producción sería sólo una fase que podríamos llamar “subsunción formal comunista”, a la que necesariamente debería seguirle una subsunción real, desarrollando nuevas fuerzas productivas y reorganizando el proceso del trabajo para llegar efectivamente a un modo de producir comunista. Es de destacar, también, la inclusión en el texto de un análisis sobre el Mensaje del comité central de la Liga de los Comunistas, en el que Marx hace una defensa de la violencia revolucionaria y se aleja de los programas democráticos para la captura del poder. Este punto es bien destacado en prólogo por el filósofo Pedro Karczmarczyk, que muestra cómo el texto de Naves rompe con la marcada tendencia desde los años 1980 a presentar versiones en las que el marxismo es domesticado por la cuestión de la democracia. También vemos en estos textos una rectificación de las tesis de Marx que operaban como un “bloqueo” en su sistema. Asistimos al cambio de la determinación directa por la “determinación en última instancia”, que otorga mayor autonomía a los elementos de la superestructura, y la inversión del predominio de las fuerzas productivas por el de las relaciones de producción sobre estas. Esto último es especialmente importante, en tanto las relaciones de producción toman una nueva significación, ya no sólo como una relación jurídica, sino como una realidad social que excede el espacio del derecho. Por tanto, su destrucción requerirá algo más que un movimiento dentro de la esfera del derecho. Se necesitará una apropiación efectiva del proceso del trabajo para que el trabajador tenga una relación directa con los medios de producción.

El libro concluye con certeras reflexiones de Naves sobre el período de transición al comunismo y la realización de este, de acuerdo a las tesis adelantadas por Marx en El Capital. Como dijimos, la transferencia de la titularidad de los medios de producción de los capitalistas al Estado no es suficiente para supera el capitalismo, ya que ese movimiento se hace sólo dentro del “derecho”. Debe darse una “reapropiación real de las condiciones de producción”, que un movimiento en la esfera superestructural del derecho no llega a garantizar. Debe dominarse el proceso del trabajo por entero y frenar la valorización del capital, núcleo del análisis de Marx sobre el modo de producción capitalista. Finalmente, siguiendo la experiencia de la Comuna de Paris, se debería sustituir el Estado burgués por otro nuevo, armar al pueblo desarmando el aparato represivo del Estado y concentrar los poderes ejecutivos y legislativos en un solo órgano, dando forma a la llamada “dictadura del proletariado” y “dislocando” el centro del Estado burgués para configurar un “no-Estado” que prepare su propia destrucción. Todo esto lleva a concluir al autor que el fin del comunismo no es tal. En principio, porque las experiencias históricas conocidas como “socialismo real” jamás llegaron a romper los marcos del capitalismo, ya que en todas las sociedades conocidas por esa denominación siguieron reproduciéndose las relaciones de producción capitalistas. Y, por otro lado, el mismo análisis de Marx nos permite revisar aquella sociedad y estudiar el entramado de poder que el proletariado debe destruir para la constitución del comunismo. En este sentido, Naves puede concluir que la pretensión de olvidar a Marx es el signo mismo de que el marxismo puede, todavía hoy, producir efectos políticos revolucionarios.

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