Revista de Filosofía (La Plata), vol. 52, núm. 1, e045, junio-noviembre 2022. ISSN 2953-3392
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Investigaciones en Filosofía IdIHCS (UNLP - CONICET), Departamento de Filosofía y Doctorado en Filosofía

Reseñas

Palti, Elías. Una arqueología de lo político. Regímenes de poder desde el siglo XVII. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2018, 309 páginas

Mauro R. Juárez

Universidad Nacional de La Plata, Argentina
Cita sugerida: Juárez, M. R. (2022). [Revisión del libro Una arqueología de lo político. Regímenes de poder desde el siglo XVII por E. Palti]. Revista de Filosofía (La Plata), 52(1), e045. https://doi.org/10.24215/29533392e045

En la introducción de su libro, Palti da cuenta de la metodología con la cual analizará el problema del surgimiento, desarrollo y disolución históricos del horizonte de lo político en las sociedades occidentales desde el siglo XVII hasta la actualidad. Aquí, la noción de lo político hace referencia a aquella instancia soberana fundadora del -y externa al- poder, a la que Schmitt se refirió al acuñar el concepto a comienzos del siglo XX (véase Schmitt, 1932).

La tesis de Palti sostiene que la apertura del campo de lo político así entendido tiene en Occidente un origen y una serie de transformaciones histórico-conceptuales que es posible rastrear apelando a una arqueología que continúa y amplía el trabajo desarrollado por Foucault, en la medida en que intenta determinar cuáles fueron las diversas articulaciones del spielraum o espacio de juego de lo político que han subyacido a las mutaciones histórico-epistémicas que el francés describió en su obra (véase Foucault, 1966).

Según el autor, cada período histórico articula el campo de lo político en función de una lógica determinada que abarca a la cultura en un nivel general. Propone así la noción de constelaciones político-conceptuales, a partir de la cual analizará de forma sincrónica tanto fuentes escritas como obras artísticas a la luz de las lógicas propias del período en que han surgido, develando en cada caso una matriz común que las convoca hacia una relación o forma específica de articulación de las dualidades propias del campo de lo político en dicho período y en correspondencia con su régimen de poder.

La primera de las lógicas, analizada en el primer capítulo, es la lógica del pliegue: el campo de lo político surge y se despliega a partir de una inflexión originaria: la escisión entre el plano sagrado y el plano profano a fines de la Edad Media. Lo político como sustrato articulador toma en el período barroco la forma del manierismo.

El pliegue en la pintura barroca viene a expresar una tendencia lógica de los conceptos políticos a plegarse sobre sí mismos, buscando expulsar contradicciones, con lo cual terminan generando un opuesto que se constituye como su condición de posibilidad-imposibilidad. Un ejemplo de esto lo da el dualismo comunidad-soberanía. Esta oposición requiere de una mediación para conjugarse: la del monarca.

Sin embargo, a su vez tal mediación vuelve a plegarse sobre sí, ya que la lógica misma lo requiere. Así, el pliegue que constituye la monarquía se expresa en otra escisión al interior del cuerpo del monarca, entre su ser soberano y su ser mundano.

En el segundo capítulo, el autor dirá que más tarde esto se reescribe en una trágica escisión del sujeto moderno entre su ser político y su ser cristiano, asociada con la posibilidad-imposibilidad de la decisión en el ámbito político, en la medida en que se desnuda la artificiosidad propia del poder, su naturaleza simbólica, tornándose lo político una especie de juego de roles.

En esta línea, el papel cada vez mayor del testigo dará lugar, para Palti, al desarrollo del concepto de gobierno como contraposición al de soberanía. Surge allí una nueva escisión o pliegue caracterizada por la contraposición entre ser y praxis del poder. A partir de la dinámica propia del campo de lo político, la categoría de gobierno termina generando su contraparte: la opinión pública, la cual hace posible el desarrollo del gobierno como mediador entre comunidad y soberano, pero a la vez lo termina minando, en la medida en que contribuye a develar arcanos del poder.

Más tarde, la lógica de pliegue encuentra su límite con la identificación del súbdito con el soberano en el ciudadano, el cual se apropió ya de los saberes de gobierno que antes permanecían ocultos. Se busca a partir de entonces un trabajo de la sociedad sobre sí: ya no una búsqueda de un principio trascendente, sino un trabajo sobre la inmanencia. La cuestión pasa a ser cómo una nación puede gobernarse a sí misma. La lógica que impera a partir de entonces es una lógica de indiferenciación e identificación. Lo que se busca es la identificación entre el sistema político y la sociedad civil, borrando todo vestigio de trascendencia de lo político respecto de lo social, lo cual presentará una serie de problemas que el autor desarrollará en el tercer capítulo.

En este sentido, en la medida en que lo político representa siempre una instancia de instauración, termina por tornarse necesaria la apelación a una figura mediadora que sirva a tales fines. Esta será, para el siglo XIX, la Historia en sentido universal. Pero su introducción en el campo de lo político es problemática porque en cierta forma priva al agente de su accionar, de su sustancia política; invisibiliza la soberanía, que tarde o temprano terminará por resurgir en lo que Palti entiende como un tercer tipo de lógica: la lógica de salto, desarrollada en el cuarto -y último- capítulo.

La expresión más clara de esta lógica es una combinación paradójica entre voluntarismo e historicismo característica de la primera mitad del siglo XX. Allí se apelará a la instancia de un sujeto que trascienda los sistemas, que apunte hacia un más allá de lo dado, que pueda hacerse responsable del devenir histórico y cerrar la brecha abierta entre justicia y ley, respondiendo a la pregunta por la legitimidad o ilegitimidad de la violencia.

Sin embargo -concluye el autor-, con el devenir totalitario de Occidente caen los intentos de apelación política a ese supuesto sustrato de energías emancipadoras. El afuera de lo político tras una serie de intentos de de-substancialización termina siendo entendido como un efecto de discurso, en línea con lo que Foucault denomina pensamiento del afuera.

Si en principio lo político se entendió como el afuera mismo en tanto instancia fundadora de la política, la disolución de todo afuera en términos de trascendencia provocaría finalmente la disolución del horizonte de lo político, el cierre de un ciclo que comienza en el Barroco y termina con el descentramiento del sujeto.

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